lunes, 21 de mayo de 2012

EMPODERAMIENTO FEMENINO Y PAZ:momentos de un mismo proceso en el enfoque de género

                                                 A MANERA DE PREÁMBULO
                                   (Generalidades teórico – metodológicas que motivan el tema)

¿Tiene algo que aportar el concepto de empoderamiento de género al conocimiento y práctica de la paz?, ¿la categoría de empoderamiento de género surgió desligada de la concepción de paz y se trata de un elemento externo a ella o ha tenido su origen en algún momento de su desarrollo histórico?, ¿cómo han pensado hombres y mujeres el discurso sobre la paz? ¿La paz es neutral con respecto al género o "la paz tiene género"?

Dar respuestas de sopetón, vendría a ser algo así como una imprudencia. Pues se corre el riesgo de provocar la sensación de que se contestódesde la emotividad, sin razonar y reflexionar. Y, eso no puede hacerse, ni con estas interrogantes ni con cualesquiera otras que hagan referencia a fenómenos humanos. Que precisamente por serlos, tienen su considerable carga de subjetividad cuando se les percibe y se les explica. Por eso, para aventurar alguna respuesta, en aras de cumplir con demostrar la validez del título de este artículo, hay que iniciar haciendo alguna referencia a elementos del contexto.


En este presente “sobrecogedor y frío” vienen siendo muy pocos los grupos humanos que no opinan que el mundo de ahora se caracteriza, precisamente, por la prevalencia de prácticas ciudadanas y cotidianas que contradicen los valores esenciales de la paz y la democracia. Y, no hay equivocación en ello. Porque, la tolerancia y el pluralismo, que son supuestamente postulados distintivos de la democracia, se quedan como parte de un discurso oficial. Como diatribas de un poder hegemónico “desde arriba” cuyas prácticas predominantemente mercadocéntricas y androcéntricas son la intransigencia, la polarización, el rechazo a las ideas de las y los demás y la solución de conflictos por la fuerza y las acciones de hecho. Aunque se “cubran” con el disimulo de “lo legal” y “lo razonable”.

Baste, entre tanto que habría para decir, recordar las páginas de sucesos de los diarios o las sensacionalistas comunicaciones de la mayoría de noticias televisivas y radiales. O, conducirse con la ayuda de la imaginación hacia la Zona Franca de Managua, para visualizar las condiciones de “trabajo” de las mujeres que dejan su escuálida existencia en cada una de las piezas de la ropa o de los objetos que fabrican, sin esperanza de pertenecer a algún sindicato que las reivindique. Contradiciendo, la crudeza de su realidad, los discursos presidenciales, ministeriales y parlamentarios, que pregonan democracia y respeto a los derechos humanos. De ahí, entonces, que en el contexto de este aún tierno siglo XXI, el tema del empoderamiento de género (máxime si es femenino), aún se visualiza como conflicto, como un valor y como un instrumento de la componenda, el clientelismo y el oportunismo, más que del diálogo y la negociación pacífica, tolerante y respetuosa de las diferencias y diversidades. Lo manifiestan y perciben, tanto quienes gozan el poder como quienes lo padecen. Claro que la percepción de la minoría que disfruta el poder tiene sustanciales diferencias con las mayorías que lo padecen. Y, aunque en tanto valor, la resolución alternativa de conflictos expresa la vocación pacifista de la democracia, sólo se ha entendido, a lo sumo, como un asunto de aplicación formal de justicia, por la vía de una intervención estatal directa que media y resuelve determinadas situaciones conflictivas, desde “su” albedrío desalentador. Por eso, si bien no se niega que las instituciones que imparten la justicia son determinantes, para que la democracia funcione, sí se asegura que todavía no se toma en cuenta que los ciudadanos y ciudadanas deben involucrarse directamente en la solución de sus conflictos. Aún se les impide la dotación de destrezas propias que les permitan, no sólo arreglar sus problemas con altos grados de satisfacción, sino prevenirlos. ¿Qué capacidad de prevención puede ser inherente a un sistema de gobierno que se entrega, fundamentalmente, a garantizar la multiplicación de los beneficios que usufructúa con la administración de los intereses del capital transnacional?

En relación con las relaciones de género, entonces, el poder usufructuado viene a ser resultado del conflicto social. Las jerarquías responden más que a prestigio, a resoluciones de conflicto desfavorables hasta ahora para las mujeres frente a los varones. Aunque gracias, en alguna medida (excepcional, por cierto) al proceso social de cambio provocado por el feminismo a partir de los años setenta, y los tenaces afanes reivindicativos del movimiento autónomo de mujeres y de otros sectores feministas organizados, las concepciones de elites políticas y económicas, han comenzado a revisar gran parte de sus concepciones y bases teóricas en torno a actitudes misóginas y androcéntricas. Sin embargo, predomina aún el sesgo androcéntrico, que Alicia H. Puleo denomina como ese presupuesto general no consciente por el que las experiencias y valores masculinos se constituyen en norma, modelo (Puleo, 2000).

El empoderamiento de género y la paz: una relación dialéctica compleja pero concreta

  1. El vocablo enfoque se destina a identificar la manera de concentrar la mirada y la acción sobre aspectos y puntos esenciales de una problemática particular para abordarla acertadamente. Incluye aspectos teóricos y conceptuales y aspectos metodológicos y técnicos. Llevado al enfoque de género significa, entonces, forma o manera de concentrar la mirada y la acción, que parte de una conceptualización teórica y brinda una propuesta metodológica, para resolver las desigualdades entre mujeres y hombres dentro de todos los ámbitos de la vida. Es una categoría transversal, porque transversales son las relaciones de género en todos los momentos y espacios de la existencia humana. Por tanto, tiene aplicación para todas las ciencias sociales y expresiones culturales de la sociedad. La justicia social es su punto de partida y de llegada. Y, por ende, está ligado a temas que tienen que ver con derechos humanos, sostenibilidad del desarrollo, etc. Y, como tiene su punto de mira en la transformación de prácticas culturales, valores y hábitos, incide en las maneras de ser, de actuar y de organizar las relaciones laborales, como de la asignación de recursos. Así mismo, en las formas en que los seres humanos se relacionan, en un momento y espacio dados de la historia. Por lo que es dable aseverar que las justas relaciones entre mujeres y hombres, propias del enfoque de género propone todo un bagaje teórico, metodológico y político, que conduce hacia la construcción de la paz.

El enfoque de género, entonces, permite tomar conciencia respecto a la desigualdad entre hombres y mujeres en los diferente planos de la vida (no sólo en el trabajo). Identificar las causas de esa desigualdad. Proponer alternativas para superarlas. Desenmascarar las estructuras, procesos y mecanismos que reproducen la dominación masculina y la subordinación femenina (y de mujeres y hombres entre sí mismos). El concepto enfoque de género alude a la existencia de un sistema de: jerarquías o prestigio social (superior e inferior) en las relaciones sociales.

a) El género es masculino y femenino

El término género no se limita a hablar de las mujeres intercalando, eventualmente en el discurso, alguna expresión indignada sobre las injusticias masculinas. Estudiar a pensadoras o centrarse en la descripción de actividades femeninas no es necesariamente sinónimo de practicar el enfoque crítico de género o hermenéutica feminista (Pulro, 2000). Utilizar esta categoría crítica de género significa mucho más. Entre otros elementos de análisis implica una teoría de la construcción social de las identidades sexuadas e, insisto nuevamente, una teoría de las relaciones de poder entre los sexos y una voluntad ética y política de denuncia de las deformaciones conceptuales de un discurso hegemónico basado en la exclusión e inferiorización de la mitad de la especie humana.

Para el enfoque de género no existe la mujer o el hombre, en una singularidad universal que los generaliza y uniforma. Por el contrario, existen mujeres y hombres en diferentes situaciones sociales y culturales que es necesario explicitar y que son diferentes y particulares en cada tiempo y lugar. Conduce, esta manera de concebir a hombres y mujeres, a analizar los diferentes contextos por ejemplo, diferentes etapas de vida. Contexto étnico-cultural, de clase y grupo, etc. Los géneros se construyen de manera distinta en cada uno de ellos, pero también la relación entre personas de razas distintas redefine las relaciones entre los géneros.

Los diversos aspectos metodológicos inherentes al enfoque de género no son fáciles de diferenciar y separar tajantemente. Pero, es claro y llano que desde la crítica a las concepciones sobre género están fundamentalmente, el androcentrismo o punto de vista parcial masculino que hace del varón y su experiencia la medida de todas las cosas y el sexismo o ideología de la inferioridad de uno de los sexos, históricamente el femenino. El enfoque de género como conflicto, por ejemplo, remite a analizar: Los sistemas de parentesco (normas y formas de matrimonio, filiación, herencia) La división social del trabajo, según los géneros y las dinámicas particulares de ésta tanto en el ámbito doméstico como en el mercado de trabajo

b) No todo lo legal es legítimo. El desafío de la paz

“El signo del futuro parece ser la multiplicación de las diferencias y el surgimiento de nuevos antagonismos. ¿Cómo aceptar la diversidad sin que eso conduzca a fragmentaciones y enfrentamientos, sin caer en la política de la identidad?“ Se pregunta Marta Lamas en uno de sus interesantes ensayos. Patentiza así, su preocupación por evitar, en las luchas por la equidad entre géneros, los antagonismos innecesarios entre hombres y mujeres o entre organizaciones de mujeres y otras organizaciones. Es decir, alude a que sin perder la identidad, es fundamental, que los planteamientos feministas vayan más allá de lo estrictamente diferente. “Estrategias debe haber muchas”, dice la pensadora. Aseverando que una de esas estrategias, es que las mujeres se reconozcan como ciudadanas. Para que, desde ese reconocimiento, su reflexión y práctica políticas, estén orientadas hacia una comprensión distinta de lo político y lo subjetivo.

En total coincidencia con la antropóloga mexicana, asumo que: el desafío de estos momentos históricos, se ubica precisamente, en la tensión entre el reconocimiento de la diversidad y su superación en una acción ciudadana más amplia. Pues como ella, aún confío en la posibilidad real de una política de izquierda. Es decir, en la construcción alternativa de una coalición de diversidades y de un movimiento de género o un feminismo “radical-democrático”. Entendiendo que: con sensatez debe renunciarse al esencialismo implícito en el reclamo identitario. Que se debe impulsar una praxis organizativa que intervenga con eficacia y pragmatismo en la esfera pública. Y, que se cuide el desarrollo de la creatividad en el ámbito cultural y la solidez en el terreno intelectual. Porque sólo de esa manera será posible la generación de una fuerza política del feminismo que coincida con lo que Pablo González Casanova demanda expresando: “...no podemos dejar de exigir que se cumpla con los derechos individuales, sociales, laborales, colectivos. [Porque] por más moderados [as] que seamos no podemos permitir que se sustituyan los derechos de las personas y de las colectividades por actos paternalistas, clientelistas, y de ¨acción cívica¨ que corrompen el voto y fomentan las divisiones de los pueblos y la separación de [las] los líderes y sus bases”.

No todo lo que legitima el poder institucionalizado es lícito. Es, ése precisamente, uno de los más abyectos abusos de poder. Es muy sutil y por eso se complejiza mucho su interpretación. Especialmente ahora, que paradójicamente se pregona el respeto al Estado de Derecho, por parte de quienes lo ignoran desde el puesto público o empresarial. Por eso, cierto es que: no todo lo legal es legítimo.

La reflexión sobre la diversidad y el cuestionamiento a ciertos principios identitarios excluyentes, son requerimientos básicos para la creación y desarrollo de las identidades políticas de corte democrático. Por eso, sin descuidar a “la Mujer” el feminismo y los movimientos de género, deben hacer suya, una actitud crítica a lo que Lamas denomina como “la materialidad de las relaciones sociales de explotación”. Y, en consecuencia, asumir un riguroso cuestionamiento a ciertas estructuras de poder, tanto a nivel macro (mundial) como micro (local). Pero, para que dentro de una política de izquierda, sea posible el desarrollo y permanencia de un “feminismo radical-democrático”, es indispensable la apertura político-conceptual hacia identidades y prácticas políticas innovadas. De tal manera que, con nuevas coaliciones y/o alianzas, se favorezca la unidad de objetivos entre sectores sociales organizados, como alternativa, para el mejoramiento de la sociedad en su conjunto.

No es fácil la tarea. Pues, ahora la posmodernidad, abruma al mundo con sus complejas contradicciones y retrotrae a pueblos enteros entre avances técnicos apabullantes, hacia la lógica de la cultura clásica, que inculca, aunque veladamente, la idea de que “pensar y mandar es cosa de pocos”, tal lo afirma Bernardino Cabezas. Se vive un orden social clásico estructurado sobre reglas de dominación. Verticalizado y propenso a cultivar “individuos”: entes aislados y despojados de la socialidad que lleva a la solidaridad; sumisos y ciegos para ver las trampas del sistema. Es difícil hablar de alternativas. Y, más difícil aún si son alternativas de izquierda al sistema de organización de la política oficial. Y, muy grande es su dificultad si esta alternativa se visualiza en función de las mujeres como ciudadanas, que rebasen la militancia partidaria y la funcionalidad parlamentaria. Pero, se impone el reto de cambiar el espíritu depredador por el espíritu cooperador.

Toda alternativa, en el marco de la exclusión globalizada, exige que los grupos excluidos, muchas veces como "minorías", siendo grandes mayorías -tal es el caso de las mujeres-, demanden formas de poder que desarticulen los poderes enajenantes, destructivos y opresivos vigentes en la sociedad. De ahí la urgencia de instaurar un "poderío" femenino que elimine el poder autoritario, el poder con abuso, el poder de lastimar a otros y otras, el poder de expropiar las posibilidades de vida de las personas. Estos cambios son los pilares que sostendrán la verdadera democracia. Razón de más, para repetir con Marcela Lagarde que: "Las sociedades donde las mujeres tienen mejores condiciones de vida, mayores oportunidades y más derechos, coinciden con las sociedades en las que se han desarrollado procesos democratizadores más profundos, que han abarcado a las mujeres".

c) No todo poder es empoderamiento

Como concepto el género es la construcción social que, con base en características biológicas, asigna espacios y recursos distintos a mujeres y hombres, al igual que formas de ser, de pensar, de saber, de relacionarse, de actuar, de comportarse. Trata, entonces, sobre la identidad de las personas además del acceso y control de recursos como tiempo, conocimiento, bienes, etc y dimensiones de la vida como por ejemplo, la política, la economía, que han estado en manos masculinas históricamente. Es un concepto que da cuenta de la existencia de un sistema que da sentido a la satisfacción de los impulsos sexuales, a la reproducción de la especie humana y en general al relacionamiento entre las personas. (Control de la sexualidad, la reproducción y el trabajo de las mujeres). Alude a las determinaciones sociales que norman la vida de hombres y mujeres tanto en su vida privada como pública. Trata entonces de políticas, normas, mecanismos que regulan la vida de mujeres y hombres en la familia, las organizaciones, la sociedad entera

Como sistema de poder, el género remite a: Las maneras como se estructura y se ejerce el poder en los espacios reconocidos. Por ejemplo ciudadanía, derechos, participación en la esfera pública, el Estado, el sistema y la cultura política. No hay que olvidar el manejo de la capacidad erótica de los cuerpos (masculinos y femeninos) hace parte de la cultura política, así como las actitudes, el chiste, la burla y el chisme, para reducir a los contrincantes.

Como categoría social el género busca explicaciones y soluciones socioculturales a los comportamientos de hombres y mujeres en distintas edades y situaciones en las que se encuentran y que se expresan en desigualdades e injusticias en los distintos ámbitos de la vida. Como categoría política el género busca transformar la condición de género y la situación de vida tanto de mujeres como de hombres. Como marco de análisis le corresponde tratar con las y los sujetos específicos en tanto hombres o mujeres e introducir cambios en la lógica formal de pensamiento para abrir abanicos de múltiples posibilidades Para esto es necesario el empoderamiento

El enfoque de género remite a: Considerar la subjetividad de las personas, y su psique. Cómo se constituyen en sujetos y objetos de deseo. Estudiar los ámbitos donde interactúan los géneros pero también los que son aparentemente neutros. Analizar dónde interactúan y donde no. Analizar el matrimonio junto con el divorcio y el celibato, el comercio sexual femenino y masculino, la hetero, la homo y la bisexualidad. Junto a la maternidad y paternidad, la esterilidad, la adopción, la negativa a reproducirse, la maternidad asistida, el filicidio, la venta y el tráfico de niñas y niños. Analizar los espacios de poder y de resistencia. Los lugares de control de las mujeres se vuelven espacios contradictorios siempre en tensión. Analizar los espacios de conflicto pero también de cooperación. La superación del conflicto no es posible a través de la guerra sino la negociación permanente. Analizar sus articulaciones con otras formas de desigualdad (intersectorialidad) que plantea preguntas sobre el cambio social y la dinámica de la dominación.

A MANERA DE CONCLUSIÓN

El análisis de género pasa por lo individual, lo organizativo y lo social en todos los ámbitos de la vida. Y en esa transversalidad inherente, el concepto género hace alusión a la relación dialéctica entre los sexos. Por tanto, no está referido sólo al estudio de la mujer y lo femenino, sino de hombres y mujeres en sus relaciones sociales.

Ya los estudios de la condición masculina, aunque menos desarrollados que los estudios feministas, por la brevedad de su existencia, sostienen que "no se nace hombre, se llega a serlo". Aplicando la célebre frase de la no menos célebre Simone de Beauvoir "no se nace mujer, se llega a serlo”. Debe deducirse, entonces, que el análisis crítico de la construcción histórico-social de la masculinidad y la feminidad se abren nuevas perspectivas tanto teóricas como prácticas en la construcción de un empoderamiento real que permita la convivencia en paz.

Esta reflexión quiere ayudar a entender que: “empoderarse” políticamente significa que, desde su participación ciudadana (más allá de partidos políticos y parlamentos o ministerios de Estado) la persona (mujeres y hombres), adquiera el control de su vida, defina su propia agenda y logre la habilidad de hacer cosas que reafirmen su identidad emancipada y emancipadora, desde un pensamiento crítico cultural. Desde una voluntad de paz real y concreta, contextualizada y justa. Y que, por tanto, mientras persistan las inequidades de género basadas en la denominada división sexual del trabajo, que dentro de las relaciones sociales designa a los hombres, para laborar en la esfera pública y a las mujeres, para el ámbito doméstico, serán aún relativamente pocas las mujeres con posibilidad de destinar el tiempo y los recursos necesarios a la actividad de dirección y construcción de la paz. Y, también pocos los hombres que con concepción de género abandonen la misoginia y el abuso de poder. Hecho que recrudece la injusticia imperante en la economía del “libre” mercado caracterizada por muchas exclusiones, entre ellas la de género que obstaculiza la consecución de la convivencia pacífica.

Nota: publicado, por Aura Violeta Aldana Saraccini, en la revista Cultura de Paz, de UPOLI, en 2003.



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