lunes, 28 de mayo de 2012

EMPODERAMIENTO FEMENINO DESDE LA PARTICIPACIÓN CIUDADANA: APUESTA ÉTICA PARA CONSTRUIR LAS PACES[1]




"Nos   toca   edificar  una  nueva  casa    con
materiales de derribo y técnicas heredadas".
María Elena Simón Rodríguez (2000)

1.         La intención conceptual y  metodológica
Necesario es el desarrollo de una cultura de debate y fundamentación teórica en las propuestas de cambio tanto a nivel individual como colectivo. Cultura donde no puede faltar el fortalecimiento crítico y analítico de las condiciones generadas por las relaciones de género. Por eso, qué bueno si este escrito, que les llega a través de este humanista medio, logra incentivar a dilectos lectores y lectoras. Ojalá provoque contradicciones y profundas ganas de hacer cuestionamientos. Para que, se proyecten diversos puntos de vista, hasta sus distintos espacios de desenvolvimiento. Fundamentalmente, si se reproducen desde y para mujeres de diferentes sectores y condiciones socioeconómicas, hayan o no recibido formación en teoría  feminista. Pues, todas desde su cotidianidad cuentan con un bagaje enorme de experiencias muy, pero muy aleccionadoras. Porque, ¿quién no ha vivido las relaciones de género? Si están presentes en el trabajo doméstico remunerado o no; en la procreación y la maternidad, unidas a la sexualidad y la violencia de género. Así mismo, en los derechos humanos conculcados o conquistados y, en los liderazgos y la militancia organizada desde movimientos de mujeres y feministas. Y, aunque no haya militancia directa, estoy segura que no faltarán las veces en que se habrá deseado practicarla, o se ha adquirido el conocimiento de su existencia, a través de los medios de información, que ya van cediendo espacio a este sentidísimo tema-problema.

El empoderamiento femenino, desde la participación política, se plantea acá como posibilidad de transformación de las relaciones sociales. Como opción ética de estos tiempos, pues va más allá de la exclusiva participación partidaria o parlamentaria. Pártese, a manera de contextualización, de que la presente época es nicho de un sistema no sólo más financiero que productivo, sino preferentemente, más masculino que femenino. Especialmente, en cuanto a sus cuadros de dirección y control político. Porque, en la propalada democracia y promocionado Estado de Derecho, se actúa según lo acuerdos tomados por las élites de un poder oportunista que dicta y prescribe, para su propia conveniencia, lo que se puede o no hacer y decir. Reina la arbitrariedad en las relaciones sociales: de arriba hacia abajo. A excepción del relativo ejercicio del derecho al voto (tema además muy cuestionable en su legitimidad), para nada se ejercen derechos y menos decisiones sustanciales de abajo hacia arriba. De ahí deriva, la seguridad profunda en esta ponencia, de que la única reflexión ética, será aquella que ayude a encontrar qué hacer para cambiarlo, desde las posiciones políticas de las mujeres. Nada fácil la misión, pues el sistema oculta sus entrañables absolutismos con un muy bien elaborado discurso enajenante.

Se pretende superar el paradigma clásico, donde la lógica de la cultura aunque veladamente, como dice Bernardino Cabezas, presupone que: “pensar y mandar es cosa de pocos”.  Y, se asume la premisa de que, si “reflexionar es hablar con el pensamiento, hacerle preguntas; reflexionar es también tomar posiciones respecto al medio”. Es el nuevo paradigma que va más allá de la democracia formal. Pertenece a la hasta hoy utópica pero no imposible, democracia realmente participativa. Intenta establecer relaciones simétricas: que todas y todos puedan preguntar y todos y todas tengan que responder. Que sea posible oponerse a quienes deciden desde arriba. Verbigracia, los dirigentes del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, a quienes nadie de las bases del pueblo ha elegido.

Precisamente, la eticidad del tema que dilucida el conflicto entre géneros desde el ejercicio del poder político, en la lógica del sistema social vigente, radica en que: quien no reflexiona sobre las connotaciones del poder, desde una postura de izquierda-democrática, no es consecuente  sujeto de transformación.  Pues, no ha interiorizado aún el imperante abuso de poder que le es inherente al mercado absoluto con su densidad de especulación, como caldo de cultivo del sistema patriarcal. Que, impide la canalización de los conflictos que produce y reproduce. Pues “el patriarcado y la ideología neoliberal beben de las mismas fuentes...”. (Mujeres en Porto Porto Alegre / Tertulia 2002).

Es un desafío (o la apuesta ética, tal se consigna en el título de esta reflexión) para las mujeres y los hombres comprometidos, que aún pueden repetir una de las consignas dichas por un connotado intelectual en el cierre, del reciente Encuentro Social de Porto Alegre 2002: “Seamos realistas. Luchemos por lo imposible”.

2.                  El conflicto: una revaloración desde la equidad por la diferencia

2.1       Visión negativa y positiva del conflicto
El conflicto entre sexos-géneros, desde la visión negativa, tiene su causa última en la concepción que hace de la mujer el antónimo del hombre y viceversa. O que a lo sumo, hace de ambos, pares “complementados” como superior e inferior. Concepción que vuelve permanente y persistente la conflictividad entre "contendientes". Y, que invariablemente, propicia que la “lucha” por la equidad se convierta en una “batalla” de vencedores y vencidos. Porque, a pesar de diferencias de épocas y regímenes de convivencia comunitaria, los prejuicios  impiden que siquiera aflore o se nombre y, menos que se resuelva el conflicto desde la tolerancia y la aceptación honesta del otro y la otra, como pares distintos y complementarios en la búsqueda de alternativas a las desiguales y violentas estructuras.

Desde la visión filosófica crítica, el conflicto no es negativo. Se entiende que igual que las crisis, los conflictos permiten el crecimiento, la innovación, el progreso, la evolución, la mejoría de la situación. Por eso, en vez de “solucionarlos” se plantea que es necesario “transformarlos” (Vicent Martínez Guzmán, 2001). Son elementos inevitables en la dinámica de las relaciones sociales, pues es propio de los seres humanos tener diferencias no sólo en apariencias físicas, sino de intereses, deseos y necesidades. Por tanto, es fundamental entender que los conflictos no se pueden esconder negándolos o apagándolos con la mediatización o la represión velada o directa. Si esto ocurre, vuelven y surgen recrudecidos. Y, precisamente, por haber progresado “en la sombra”, en el “silencio” (la mayoría de veces un silencio repudiado por quien calla) sus consecuencias son no sólo incalculables sino nefastas. Por ejemplo, todavía abundan núcleos familiares y sociales, que brindan todo su beneplácito, a la convivencia "pacífica" y "tolerante", manifestada en un fundamentalismo y patriarcalismo en donde todas y todos acatan la posición de género "ordenada". Sin comprender que la aparente ignorancia del conflicto es una no visualización del mismo, se piensa que entre hombres y mujeres todo marcha bien, porque éstas no reclaman su reconocimiento como personas. La división entre llamados domésticos (reproductivos) y llamados públicos (productivos) no tienen en estas actitudes asumidas, connotación de problema en su definición y práctica. Sencillamente, la mujer sabe obedecer y el hombre mandar. Aunque la injusticia del abuso de poder subyazca en tan discriminatoria relación.

2.2       La identidad de género desde la diferencia: revaloración del conflicto

Amparo Moreno, señala “...es preciso revalorizar la evidencia de que la humanidad nace y se perpetúa nacida de mujer”. (Luna, Lola G.)  Esto evidencia que la mujer es diferente del hombre. Es decir, que sólo puede conceptuársele, valorándola a sí misma a través de su propia experiencia, de su particular vivencia acumulada en el devenir de la humanidad. Ya no se trata de situarla en la condición de “medirla” con el hombre y la razón e historia de éste. Sólo desde esa óptica se impedirá continuar el statu quo. Será posible descontinuar el conflicto y revalorarlo, desaprendiendo (Martínez G. Vicent, 2001) viejas concepciones, para reconstruir lo que la justicia demanda. Porque, desde los esquemas androcéntricos, la “equidad”, no es más que la inequidad de enajenar  a las féminas de su auténtica libertad.

La oposición binaria es igualdad/desigualdad y no igualdad/diferencia, enseña la desconstrucción derridiana. De ahí que, la equidad entre géneros, sólo es posible desde el respeto a las diferencias. Desde la pluralidad que le es inherente al concepto de diferencia y la diversidad que existe entre las mismas mujeres y no sólo entre  éstas y los hombres. No se renuncia al objetivo último de la igualdad. Por el contrario, la historia ha demostrado que las mujeres “dando un rodeo a través de su propia experiencia como mujeres” desde el respeto a sus diferencias, buscan la creación de una nueva identidad, sin obviar la superación de la desigualdad, desde su propia historia, que es la historia de la humanidad. Es lo que las italianas han llamado el “pensamiento de la diferencia” y en España “el feminismo de la diferencia”. (Luna, Lola G.)

3.  Empoderamiento femenino como participación política: un derecho inalienable

3.1       El empoderamiento: concepción e importancia
“Empoderamiento” en español equivale al verbo empower  y al sustantivo empowerment. Su traducción se refiere a “dar poder” y “conceder a alguien el ejercicio del poder”. (María Elena Venier 1996). Desde su etimología e historia el término presenta complejas interpretaciones. Pero, para los fines de este escrito, sin más preámbulos, empoderamiento es: ejercicio del poder. Vocablo con sentido emancipador. Aunque no falten las sutilezas al respecto, pues lo asumen disímiles agentes sociales (León, Magdalena, 2001). Sobre todo, cuando en relación con la toma de decisiones, en el conflicto y la fuerza, se entiende el poder como: la capacidad de que dispone una persona o un grupo, para lograr que otra persona o grupo haga algo en contra de su voluntad. Se incluye así, diversidad de distinciones en su concepción, como: “el poder de amenaza”, el “poder económico”, el “poder integrador” o “el poder para crear relaciones como el amor, el respeto, la amistad o la legitimidad, entre otros” (Boulding, 1988).

La importancia del empoderamiento, radica en que: su ejercicio permite aprovechar al máximo las oportunidades que se le presentan a los seres humanos, a pesar de las limitaciones estructurales o impuestas por el Estado. Es decir, introduce dentro de los procesos tangibles e intangibles de toma de decisiones, a todas y todos los que se encuentran fuera del poder estatal, económico, político, etc., para influir en esas decisiones. Es un mecanismo, para desarrollar la autoestima y la convicción de las limitaciones y aptitudes en la conducción de un sistema social, un organismo, un grupo, etc.

3.2       El ejercicio del poder como derecho: una visión crítica
Desde 1948, el derecho a la igualdad, del que parte el derecho a ejercer el poder, está consignado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.[2] Y, de alguna manera u otra, también aparece recogido en las constituciones de los países centro y suramericanos (para ubicar el problema al ámbito geográfico más inmediato). Es parte de principios "universales", se supone, aplicables a todas las personas. Sin embargo, si se analizan con detenimiento los componentes normativos, estructurales y culturales de estos instrumentos internacionales de protección de los derechos humanos, incluyendo la Convención Interamericana de Derechos Humanos, el Pacto de Derechos Civiles y el Pacto de Derechos Sociales, se descubre que han dejado fuera muchos derechos de las mujeres. Por ejemplo:  el derecho a participar en la toma de decisiones, la nacionalidad de las mujeres casadas en forma autónoma a la de su marido,  vivir sin violencia, contar con apoyo en la crianza de los hijos y en el trabajo doméstico, decidir sobre la maternidad, satisfacer necesidades básicas, etc. Todos, están en relación estrecha con una situación muy sui géneris: el secular prejuicio de establecer diferencias de poder por sexo. Lo que la feminista española María Elena Simón llama "Un prejuicio ancestral, perverso y universal".

Ilustran esta “perversidad” muchas estadísticas, no provenientes precisamente del movimiento feminista, que identifican el reducido nombramiento de mujeres en puestos de elección y en cargos públicos o de la producción no doméstica y dirección política. Y, las que logran incursionar en estas actividades, por lo general y muchas veces con la oposición de los hombres, no se libran de enfrentar enormes dificultades, para su desarrollo.[3]  Por eso, el empoderamiento por parte de las mujeres, en la misma proporción y condiciones que los hombres, es un derecho inalienable importante, cuyo alcance se constituye en una alternativa ética. Pues, aunque quizá no acaba con el problema, sí coadyuva a la equidad entre géneros, y por ende, a la justa distribución de los alimentos materiales y espirituales.

3.3       El ejercicio del poder desde la participación ciudadana
Asumir que “la dimensión personal es política” (Jo Rowlands, 2001), inevitablemente conduce a una interpretación más amplia del poder, pues abarca la comprensión de las dinámicas de la opresión y de la opresión interiorizante. Las que, impiden la participación en la toma de decisiones formal e informal de ejercer influencia por parte de los grupos con menos poder. Es decir, también se incluye la forma como las personas y grupos se perciben a sí mismos, para actuar en el medio que los circunda. Naturalmente que no hay “un modelo feminista” del poder. Sin embargo, sin hacer separaciones absurdas y maniqueas entre un poder femenino y uno masculino, con la concepción de “empoderamiento  femenino” se asegura: una conquista necesaria, para que la mujer, empoderada desde la acción ciudadana, logre la equidad hasta hoy negada, en beneficio de hombres y mujeres como conjunto.

Por eso, aunque acceder a cargos públicos y de gobierno tiene considerable significancia, es más importante tejer nuevos vínculos sociales, para entender que el poder político va más allá de estos ámbitos. Reparar el tejido social con un sentido distinto, no corporativista. Tarea que requiere la construcción diferente de un "nosotras" que resuelva de manera productiva la confrontación con el "ellas" y el "ellos". Este desafío, que refleja la tensión entre el reconocimiento de la diversidad y su superación en una acción ciudadana más amplia, es actualmente, la necesidad más apremiante en el movimiento feminista.

3.4       Más allá del aparato partidario y los  parlamentos
Desde una posición de izquierda-democrática, sobre la preocupación por “ampliar la acción ciudadana” de las mujeres se dice, con acierto: “... el feminismo político no es unidimensional; la diversidad de organizaciones, corrientes y orientaciones en su seno impide establecer etiquetas fáciles... En la corriente a la que pertenezco ha habido una evolución de los formatos de organización y de las orientaciones estratégicas. Concretamente hay un paso de una visión de la política como territorio extranjero, o como una práctica masculina, a una reivindicación del juego político como algo necesario y propio” (Marta Lamas 1999). Pero, “la política” no alude a la exclusiva participación en partidos políticos o al acceso a cargos parlamentarios o de gobierno. Si así fuera, se plantearían limitaciones ingenuas. Pues, la experiencia demuestra que, mujeres muy consecuentes con las necesidades de su pueblo cuando están en “la llanura”, cambian de actitud cuando usufructúan el poderío desde las instituciones del sistema.

Con base en esto, el empoderamiento femenino, conquistado a través de la participación política, se presenta acá, como: el proceso a través del cual, las mujeres asumen su rol de ciudadanas y llegan a ser capaces de organizarse, trabajando, para aumentar su propia autonomía intelectual. A efecto de que, a partir de la diferencia con respecto a los hombres, elaboren  un discurso crítico cultural, que les permita hacer valer su derecho independiente a tomar decisiones y a controlar los recursos que les ayudarán a cuestionar y a eliminar su propia subordinación. Desaprendiendo, en la práctica, saberes adquiridos, para que sin exclusiones y falsos antagonismos, se evite la tergiversación de los fundamentos de la teoría democrática. Sin olvidar que el empoderamiento femenino debe asumirse desde una posición de clase y una perspectiva de género. Pares que “deben ir de la mano”.

La participación política-ciudadana no puede verse separada de la acción económica-productiva. El trabajo, fuera del ámbito de lo doméstico,  representa un desafío en las relaciones familiares y sociales patriarcales. Pues, no sólo es un “desempoderamiento” o pérdida de la posición privilegiada de los hombres. También libera y empodera a éstos, tanto en lo material como en lo psicológico, cuando la mujer, además de lograr el acceso a recursos materiales que benefician a la familia y la comunidad, comparte responsabilidades con los varones. Desde la labor empoderada de la fémina, se liberan ambos. En tanto que, es un “poder con” que acaba con estereotipos de género y propicia las soluciones compartidas.

La conquista del poder político-ciudadano por las mujeres, es un reto, un elemento de la alternativa ética de resistencia al sistema. Pero, mejor será si se logra al unísono con la conquista del poder dentro  del espacio de la producción no doméstica. Sin embargo, si ese empoderamiento fundamental (el del ámbito de la producción no doméstica) no hubiese sido alcanzado aún y, la mujer desde su trabajo doméstico tiene los espacios, para emanciparse políticamente, bienvenida esa libertad. Cosa que es muy rara que suceda en nuestro medio. Pues, lo más común es que, en las organizaciones reivindicativas participan mujeres que ya lograron su emancipación con respecto a lo económico. Si no de forma total, al menos con una relatividad que les permite espacios de desarrollo personal. El empoderamiento, entonces, trasciende la dimensión económica. Por eso, además de la política, aún están pendientes de definir las otras dimensiones. Por el momento,  interesa el político (no por más importante), para comprender que el empoderamiento de las instituciones de finalidad social, debe abarcar el de las mujeres, como ciudadanas y como usuarias de los servicios, cuya misión debe ser la inclusión, la participación y el mejoramiento de la calidad de vida.

4.   Desconstrucción y reaprendizaje: los retos de la alternativa ética

4.1       Desaprender para reconstruir el intelecto
El empoderamiento político fuera de partidos y/o parlamentos, es aquel que lleva como elemento necesario, asegurar la educación de las mujeres, porque denota un cierto grado de desarrollo personal. Implica su plena participación en la formulación de políticas y en la toma de decisiones. También, la eliminación de políticas establecidas y de los obstáculos que las discriminan en el empleo y la salud y que promueven la explotación y la violencia. Le es inherente la necesidad de apoyar a las mujeres en la crianza de las y los hijos y propiciar que los hombres compartan equitativamente estas responsabilidades. O sea, pasar del conocimiento a la acción, con base en el cambio de concepción. Desaprender lo aprendido para persistir en los objetivos radicales de la lucha reivindicativa,  con métodos que no impidan la construcción de la paz. Ejemplos de la creciente profesionalización de la intervención feminista en la vida pública son: por vía de las ONG, los grupos ciudadanos de consumidores, la participación en estructuras gubernamentales y partidarias. Pero, sobre todo, habrá que ir más allá de la impugnación y la denuncia. No quedarse en la desconstrucción como fin en sí misma. Sino, denunciar  los vicios de las estructuras (a nivel macro y micro, familiar y social), para llegar a la alternatividad que permite dialogar y construir alianzas.

Hay que ser tenaces con la capacitación y el estudio desde otra perspectiva Pues,  las dificultades para construir una real configuración política, pueden compensarse con capacitaciones que permitan el crecimiento emocional, político e intelectual. Dejan así, las mujeres, de sentirse y pensarse como “la víctima” que reclama y demanda sin proponer, para impulsarse como sujetos políticos, capaces de desconstruir (se), crear (se) y recrear (se), en función de sí mismas y de las y los otros. Accionar con una ciudadanía fundamentada en la razón y la pasión, en el descubrimiento de lo nuevo a través de la crítica. Reconocer en el ser humano (hombres y  mujeres) su esencia de soom politicom (ser político). Y,  en ese reconocimiento, no olvidar la importancia de la juventud. De las nuevas generaciones, de los relevos necesarios. Hacer docencia. Transmitir experiencias. Interactuar con los conocimientos filosóficos y de las ciencias políticas y sociales. Formar parte de las actuales discusiones en el campo del derecho, la filosofía política, la economia, la política social, la antropología, la cultura de paz, etc. Subvertir el "orden" impuesto y no quedarse en “el ghetto feminista”, repitiendo saberes sólo de las mujeres. Ir al  debate que sostienen teóricos de punta con el feminismo, para escoger conscientemente lo que engrandecerá la propia cosmovisión. Evitar peligrosos reduccionismos y funcionalismos que no alientan el pensamiento democrático-radical. Pues, cierto es que: “Para ¨trascender¨ lo que ha sido el feminismo es necesaria más elaboración teórica, más rigor intelectual” (Marta Lamas, 1999).

4.2       Participación  interorganizada
La participación es punto clave del paradigma feminista del empoderamiento político como acción ciudadana. Es el fin útil, para articular los intereses femeninos colectivos en aras del cambio en las relaciones de género. Pero, sin suponer que la participación en sí misma es empoderante. Porque es un proceso: se aprende y se desaprende.  Ignorar esa perspectiva, llevará al conformismo de la “no violencia” exigida por un sistema que no acepta su propia violencia institucionalizada. Por eso, no es posible que la participación en las organizaciones de género y feministas, obedezca a un modelo único seleccionado por todas las mujeres en todos los contextos. La actividad no está al margen de las diferencias.

La colaboración interorganizativa es una forma de la organización que permite reducir costos y recursos, para desarrollar nuevas estrategias y servicios. Se basa en el reconocimiento del otro, de la otra. La hacen real por ejemplo, organizar cursos de capacitación juntando los recursos financieros, humanos y de otro tipo, de varios programas. La vinculación de los programas de género con otros especialistas que presten otros tipos de servicios: asesoría e información sobre derechos legales por parte de los movimientos locales de mujeres, el pago de ciertos servicios por el programa/el grupo/el individuo, etc. Es, en otras palabras, el recurso de la interdisciplinariedad al servicio del crecimiento de la formación política de las mujeres.

4.3       Revaloración de lo cotidiano
Para Marcela Lagarde (1999) el liderazgo femenino más difícil es el cotidiano Porque significa para el entorno personal de la mujer, el liderar la familia, la casa, la pareja, el trabajo y hasta a los miembros de la familia de su pareja y/o de ella. Añadidos muy comunes ahora que el alto índice de desempleo distingue la vida de la sociedad. Por eso, si las mujeres en la vida cotidiana son capaces de salvar a la familia, ¿por qué no aprovechar esa experiencia? No se olvide que la teoría tiene su validez en la práctica, porque de ella viene y a ella retorna, como criterio de verdad del conocimiento. Por ejemplo, es probable que los cambios en los individuos, los hogares y las comunidades estén intervinculados y que las mujeres que individualmente se ganan el respeto de sus hogares, sirvan luego como modelos, para otros procesos de cambio más amplios en las percepciones de la comunidad.

4.4       Reproducción del desarrollo alternativo
La mayoría de personas reproducen y reafirman el orden establecido. Aunque ese orden atente, en última instancia, contra quien lo sostiene y reconforta con su enajenación. Por eso, paradójicamente,  la mujer que es sostén de la economía de un país haciendo malabares, para que subsista la familia y hasta miembros agregados, no ocupa lugar de preferencia en los programas económicos del sistema. Y, tampoco  en la militancia política y de gobierno. Uds., lectoras, podrán recordar hechos acaecidos en las filas partidarias por ejemplo. Porque, a lo mejor fueron protagonistas de más de una injusta discriminación oportunista.

De ahí que el empoderamiento de participación ciudadana de las mujeres, requiere un cambio fundamental a nivel macro en la agenda del desarrollo, así como el apoyo explícito, para que las mujeres cuestionen la subordinación de género a nivel micro. El empoderamiento en función del acceso al poder político, debe entenderse como: transformación de las relaciones de poder en toda la sociedad. No sólo en “mi” casa, en “mi” organización o en “mi” país. Ninguno de estos elementos son islas. Cada uno, está regido, quiérase o no, por las normas del poder globalizado. Por eso, tiene importancia crear estrategias explícitas, para asegurar que las mujeres puedan participar, estar equipadas con los conocimientos, los recursos, el espacio y la información, para elaborar sus propias opiniones y tomar sus decisiones. Y, sobre todo, hacer esfuerzos explícitos, para incluir a las mujeres más pobres al  estructurar futuros programas de desarrollo, que realmente sean alternativos, para las mayorías. Que a esas mayorías pertenecen casi todas las mujeres del mundo.

5.         Fuentes

Aldana Saraccini, A. V. (2001): Empoderamiento femenino: alternativa ética del conflicto entre sexismo e identidad de género. Una oferta equitativa en las grietas económicas del sistema; Managua, Nicaragua: CIELAC-UPOLI. Ponencia presentada en el V Congreso Latinoamericano de las Humanidades “La ética en el inicio del siglo XXI).

Aldana Saraccini, A. V. (1995): Introducción a la Filosofía; Managua, Nicaragua: UPOLI. Capítulo IV: Cultura y Pensamiento Social.

Aldana Saraccini, A.V. (2000): Democracia y género. Algunas consideraciones en la Nicaragua de finales del siglo XX; Managua, Nicaragua: Fundación Friedrich Ebert-Cielac-UPOLI.

Aldana Saraccini, A. Violeta (2002) El empoderamiento femenino como acción ciudadana: Ética de una participación política diferente. Managua: Conferencia dictada en el Centro de Derechos Constitucionales "Carlos Núñez Téllez".

Boulding, K. (1993): Las tres caras del poder;  Barcelona: Paidós.

Cabezas González, Bernardino (...): “La reflexión como práctica cotidiana”, En: Paradigma de las ciencias sociales (hacia el nuevo): nueva forma de mirar, de ver y de hacer; Madrid: Universidad Complutense. En: Internet.

(2002): ¿Empoderamiento femenino para qué? Agencia de Noticias Nueva Colombia,  E-mail: ann.col@swipnet.se

Facio, Alda (1992): Cuando el género suena cambios trae: metodología para el análisis de género del fenómeno legal; San José: ILANUD

Fernández Buey, Francisco (2000): Ética y filosofía política, Tema 9: “El hombre mecánico”, la justicia y la democracia.  En: Internet.

García, A. I. y Gomariz, E. (1992): Mujeres Centroamericanas. Tomos I y II. San José: FLACSO.

García, A. I. (1995): Participación femenina en procesos de toma de decisión sobre paz y seguridad en Nicaragua: 1986-1990.

García Canal, María Inés (2001): Género y dinero en la vieja ecuación del poder. En: www2.udg.mx/laventana/libr3/poder.html

González Casanova, P. (2001): Minimalismo; La Insignia, 3 de julio.

Lagarde, Marcela (1999): Las mujeres queremos el poder, Managua: UCA.

Lamas, Marta (1999): Ampliar la acción ciudadana. Revista Fempress: http://www. Fempress.cl/

León, Magdalena (2001): Empoderamiento. Relaciones de las mujeres con el poder; En: Internet.

Luna, Lola G.: De la emancipación a la insubordinación: de la igualdad a la diferencia. Universidad de Barcelona. En: luna@trivium.gh.ub.es luna@trivium.gh.ub.es

Martínez Guzmán, Vicent (2001): Filosofía para hacer las paces, Barcelona: Icaria.

(2002): Mujeres en Porto Alegre; Tertulia, Madrid 4 de febrero. Prensamujer.com

Rowlands, Jo  (2001): El empoderamiento a examen. En Internet.

Simón Rodríguez, María Elena (2000): Una propuesta feminista: la democracia vital, Managua: Revista Envío, No. 231.

Venier, Martha Elena (1996): Por qué “apoderar”; México: Boletín 67, México, El Colegio de México, mayo-junio.


[1] Aura Violeta Aldana Saraccini, Docente – Investigadora. Conferencia preparada como actividad del  Centro Interuniversitario de Estudios Latinoamericanos y Caribeños, CIELAC "Mauricio López”, UPOLI, 2006.
[2] DECLARACIÓN UNIVERSAL DE LOS DERECHOS HUMANOS: "Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos.." (art. 1). y, "Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición" (art. 2), y además, "Todos son iguales ante la ley y tienen, sin distinción, derecho a igual protección de la ley" (art. 7).
[3] En la región centroamericana existen varios estudios relativos al tema, que confirman no sólo el limitado acceso a la toma de decisiones políticas, sino también la presencia de obstáculos estructurales que retardan cualquier cambio en este campo. Pueden ampliar este tema en: García, A.I. y Gomariz, E. (1992): Mujeres Centroamericanas. Tomos I y II; García, A.I. (1995): Participación femenina en procesos de toma de decisión sobre paz y seguridad en Nicaragua: 1986-1990; Moreno, Elsa (1995): Mujer y política en Costa Rica. Obras señaladas con más detalle en la bibliografía de esta ponencia.

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