martes, 15 de mayo de 2012

FUNDAMENTALISMO Y POSMODERNIDAD


 “Las mágicas palabras del más allá;
carne crédula para morder la esperanza”
Armando Rivera:

Hollywood y  el pensamiento mágico.

El concepto


Entre 1910 y 1915, en Estados Unidos de Norteamérica, se originó el término fundamentalismo a través de una serie de panfletos publicados con el título "Los Fundamentos: un testimonio de la Verdad". Fueron la producción de pastores protestantes considerados, precisamente, guardianes de la verdad.  Se consideraban declaración cristiana de las verdades literales de la bíblia y su motivación fue protestar en contra de la pérdida de influencia de los principios evangélicos en América, durante las primeras décadas del siglo XX.

Muchas y variadas son las definiciones del fundamentalismo. Imposible en este espacio especificarlas. Baste decir, que su idea fundamental, desde la religión, radica en que: una determinada fe, debe ser sostenida firmemente en su forma completa y literal, sin concesiones, matices, reducciones o reinterpretaciones. Considera que no es el ritual, sino la doctrina, el núcleo de la religión. Y, esta doctrina debe establecerse con precisión y de modo terminante, desde el presupuesto de la escritura o texto sagrado. Respetuoso de la tradición, la sacraliza, para reclamarla como un antídoto, para una sociedad que se ha desviado de sus legados culturales. El fundamentalismo no está exento de fanatismo. Y, por eso, también se le describe como la defensa tenaz, desmedida y apasionada, de creencias y opiniones. Especialmente, las de carácter político y religioso. De ahí que sea tan difícil establecer las líneas divisorias, en cuanto a fines, dirigentes, protagonistas y medios, entre los grupos fundamentalistas y los integristas. Lo que ha permitido que el término se exprese peyorativamente y de manera generalizada, para referirse a cualquier expresión de tipo relativista, materialista o “secular-racionalista”.

Moda posmoderna


Hoy, la moda de la posmodernidad, asegura José Casanova, se ubica en dos fracasos: el de la democracia y el del laicismo. Manifestado el de la primera, en el desencanto de la ciudadanía por los ideales de la modernidad y, el del segundo, en la secularización de la religión en la vida pública de las naciones. Diego Pineda Martínez, en un escrito titulado “El Fundamentalismo como Identidad Política en las Sociedades Contemporáneas”, asevera que la religión, ahora, tiene un importante papel, sobre todo, en el escenario político. Y, que la reaparición de movimientos fundamentalistas que promueven la identidad de una comunidad con base en la pertenencia a una secta o grupo religiosos, toma, desde la década de los noventa, del siglo XX, una dimensión doble: en el debate político y en las prácticas sociales. De tal magnitud es el fenómeno que incluso, pregunta, si en vez de llamar a esta etapa histórica la “postmodernidad”, habría que denominarla como la “postguerra”.

Razones sobran, para tales aseveraciones. Pues aunque de data antigua, hoy por la agresión infringida al corazón del poder del capital transnacional, el 11 de septiembre, la reaparición de movimientos fundamentalistas ocupa la atención de escritos, discursos y hasta panfletos de diverso origen y esencia. Se ha sumado al cotidiano ambiente de violenta miseria material de las mayorías de la Tierra, las miserias morales del sistema, que hegemonizado, inevitablemente produce y provoca un estado de guerra injusta e incomprensible. Sobre todo, porque la acción bélica se justifica, desde el poder estatal, con argumentos "integristas", que en aras de “castigar” a terroristas y acabar con el terrorismo (misión imposible, como la de las series de los enlatados norteños) usan la violencia como medio de acción política. Las voces de la “justicia” implacable y poderosa, desde la pretendida civilización occidental, generan el miedo y/o la compasión. Se apela a “ideales” supuestamente espirituales que respaldan aspiraciones políticas, que en realidad son económicas. Hoy más que nunca cobra carta de actualidad aquello de que: “la guerra (aunque santificada) es la aplicación de la política por otros medios”.
 
Importante es, en este momento, comprender que la globalización permite y facilita la respuesta al fundamentalismo en muchas partes del mundo. Es real que testimonian su auge las grandes mayorías de excluidos, de empobrecidos, de integrantes de guetos étnicos diversos. Pero no es irreal, que su exclusividad no esté sólo en los sectores desposeídos de bienes materiales. El fundamentalismo islámico como el cristiano, por ejemplo, se manifiestan en hombres y mujeres que llevan vida de amarga pobreza y están sujetos a una cruel opresión, que encuentran por su medio una dirección y orientación, permitiéndoles adaptarse a una nueva sociedad ya aceptando su situación como castigo o como la oportunidad de pasar a la sociedad paradisíaca en donde serán totalmente felices. Pero igual se manifiesta en los que, desde las todo poderosas tribunas oligárquicas y religiosas, se arrogan el derecho de decidir el castigo a sus diferentes. Por eso, no es sencillo entender y explicar cómo se conforma la identidad fundamentalista. Esta, no es producto sólo de la apelación a una tradición. También puede formarse a través de mitos de origen y de profecías de superación. Entran en juego muchos elementos de tipo sociocultural. No es producto exclusivo del adoctrinamiento que en sus bases hacen  sacerdotes, pastores e imanes. Y, por eso, también tiene consecuencias prácticas de toda índole, tanto en la sociedad oriental como en la occidental. De ahí que, es del todo injusto, endilgar el peyorativo de fundamentalista sólo a los hombres y mujeres que no practican el cristianismo o que no se han cegado con la enajenación globalizada de las transnacionales del capital. De ese capital que con rigidez e intolerancia sacralizan de manera intransigente sus poseedores. Imposible entonces, que no proliferen los fundamentalistas, de ambos bandos, reclamando nuevos derechos, mejores concesiones y proclamando su supremacía moral sobre los que les son diferentes.

 Reflexión ética inevitable

En esta crisis mundial del capitalismo transnacionalizado, los finales apocalípticos (fin de la historia / fin del mundo) habitan tanto en la mente de muchos explotados como de explotadores. La mitologizada intolerancia postmoderna venciendo a la tolerancia racional. El neoliberalismo, al propugnar una sociedad individualista y competitiva, pone las condiciones sociales de las que surgen la extrema derecha, las sectas y los grupos integristas y fundamentalistas. ¿Qué hacer?  ¿desarrollar una alternativa ética de resistencia al neoliberalismo, con una generosidad personal y colectiva que supere el egoísmo. ¿Qué opina Ud. amiga y amigo?

Aura Violeta Aldana Saraccini
Recreado de un escrito                                          
END, en octubre del 2001,
Página de Opinión.

1 comentario:

haglynadler dijo...

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