sábado, 1 de diciembre de 2007

A propósito de Violencia Intrafamiliar. LA DISCRECIÓN QUE OBSTACULIZA LA PAZ

Si el lenguaje refleja la realidad, el problema de lasmujeres es que son invisibilizadas en el lenguaje.En esta sociedad, lo que no se ve no es real,y lo que no es real, no es importante”.Begoña Amaya[i]

I. A manera de preámbulo: una de tantas historias

Un día de tantos, de esos que se pierden entre los muros y sonidos de los centros de educación superior, estaba totalmente absorbida por la tarea de trasladar de mi plan de clase a la pizarra, los contenidos que debían guiar mi labor docente. De tal modo que sólo contesté “adelante, buenos días”, a la voz femenina que me saludaba. Ya sabía de quien se trataba. Era, Jessie; una de las jóvenes alumnas, que siempre muy puntual, formal y seria, atendía a mis explicaciones y participaba activamente en los análisis y discusiones haciendo muy buenos aportes. Pero, jamás sonreía y fuera del aula conversaba muy poco. Casi siempre se la veía en los recesos, afanada y solitaria dentro del salón de clase.Esa mañana ni la volví a ver. Me imaginé que como siempre, al ser la primera en llegar, se entregaría a copiar atentamente la agenda del día, con la que guiaría los intercambios de aprendizaje. Y, hubiera seguido entregada a lo que hacía, si otra voz femenina no hubiera exclamado: “¡Por Dios niñá!,[ii] ¡¿qué te pasó en la cara?!” Me volví de inmediato y guardé con mucha dificultad mi asombro, para no incomodar aún más a la joven que bajaba la vista avergonzada. ¡Muy avergonzada! Con esa vergüenza que sentimos cuando nos descubren un secreto celosamente guardado; porque nos denigra su divulgación.Disimulando una tranquilidad que estaba muy lejos de sentir, vi aquel fresco rostro de no más de 26 años. El párpado posterior del ojo izquierdo amoratado, la nariz inflamada y cerca de la comisura izquierda del labio inferior, una pequeña venda que ocultaba, indudablemente, una sutura. Además con su blanca y delgada mano derecha, nerviosa trataba de ocultar con un pañuelo algún área de la cara. Ademán que hacía más evidente lo que pretendía ser escondido.Se me comprimió el alma, si es que así puedo llamar a la sensación que experimenté al ver aquel terso y joven rostro de blanca y juvenil tez, que en otros días, había acompañado mis movimientos con atención; pero no sin tristeza, cuando impartía mis lecciones de filosofía en el aula. Será un cuadro inolvidable en los anales de mi vocacional devenir por los salones de clase. Y, aunque tengo presentes esas brutales y burdas muestras de violencia, en la veinteañera faz de Jessie; lo que más recuerdo son sus ojos: de pupilas café claro, cuyo color se confundía con lo enrojecido de las córneas, delatando un llanto de muchas horas.Como impelida por un resorte invisible me volví de nuevo hacia la pizarra y continué escribiendo. Con dificultad mis dedos sostenían la tiza, para seguir dibujando los trazos de la escritura. Y, quizá mi pena hubiera quedado ahí varada en la impotente lástima que me inspiraba la joven estudiante, si no hubiera escuchado la insólita explicación que le dio a la que emocionada indagaba. La historia que llevaba preparada era tan inverosímil que sólo volvía más evidente el tosco encubrimiento que hacía del marido agresor.Contó que de la cabecera de la cama se había desprendido el reloj despertador y que éste le cayó sobre la cara. Que en su afán de evadir el golpe se había parado en oscuras y atolondrada perdió el equilibrio. Y, que en consecuencia, fue inevitable que cayera de bruces en la orilla de la mesa de noche, habiéndose así herido el labio. Con la voz nerviosa y tenue de timidez, finalizó la grotesca historia diciendo que ya estaba bien. Que la había visto el médico. Que pronto le pasaría. “No es nada” repetía conteniendo las lágrimas que necesitaban seguir fluyendo, para lavar la afrenta que su femenino corazón con dificultad disimulaba.Llegaron el resto de estudiantes e inicié mi clase. Durante todo el proceso, la joven seguía siendo agredida. Ahora ya no, por los puños del salvaje macho con el que convivía; sino por las miradas curiosas, de los compañeros y compañeras. Como de todo hay en la amalgama de matices culturales que arrastra un grupo de estudiantes; unos se portaron considerados y disimularon su curiosidad; otros indiferentes, tanto, que dolía su actitud abstraída del entorno y dedicada a atender en exclusiva la clase. Hubo los que no disimulaban, descaradamente indiscretos hasta la vulgaridad. Y, no faltaron las pupilares miradas de solidaridad de algunas jóvenes féminas, que quizá recordaban hechos muy parecidos acaecidos a ellas o a alguna amiga o familiar.Terminé la sesión de clase y me despedí del grupo. Llegué a mi oficina y me integré al cotidiano bregar en la academia. El rostro de Jessie seguía presente en mi conciencia. Pero también se me imponía en el sentimiento, la impotencia de aceptar que no podía hacer algo de inmediato, para aliviar de alguna manera la pesada carga moral de la joven. Me sentía intimidada, indecisa y frustrada. La cultura ha impuesto tanto eso de la “intimidad entre parejas”, que el sólo indagar amistoso, significaría una intromisión que podría provocar una reacción negativa de parte de la estudiante.Llegó el medio día y con éste la inevitable búsqueda del almuerzo. Cerraba mi oficina, cuando la voz quebrada de Jessie, me solicitó un momento de conversación. La invité a almorzar en mi casa y ahí escuché la narración, que aunque cruel, era nada novedosa. Por el contrario, muy común y cotidiana; pues es la historia de la mayor parte de mujeres, no sólo de Nicaragua, sino del orbe, que arrastra consigo el lastre de la violencia intrafamiliar. El marido llegó de madrugada a casa y ebrio en exceso. Ella, molesta porque ya la situación se había vuelto costumbre, no le aceptó sus requerimientos amorosos en la alcoba. El enfureció y la agredió de palabra. Ella le contestó tratando de defenderse haciéndolo razonar; pero el energúmeno entre más se sentía rechazado, más se excitaba y llegó el momento en que el forcejeo fue ganado por quien era poseedor de la fuerza bruta. Pero, Jessie no sólo me narró los horrores de esa agresión que no era la primera y la más cruel. También me comunicó el epílogo que esperaba y que no sería diferente al de las otras veces. Ya sabía que el marido le diría: “Tú eres la culpable. Si no me hubieras rechazado y hecho escándalo, no me hubiera excedido en los golpes. Estaba borracho, ¡compréndeme!”. Le lloraría arrodillado, buscando su redención. Y, ella no sabía si tendría el valor de terminar de una vez y para siempre con tan bochornosa relación, que ya la tenía harta. Cuando le inquirí sobre porqué no sentía el valor, para hacerlo, me respondió que por vergüenza. Que nadie de su familia sabía hasta que punto había llegado su relación con él, pues siempre se había guardado el sufrimiento disimulando con maestría. Tenía tres meses de embarazo, y, eso impediría aún más que su madre (que a propósito, es agredida por el padre de Jessie) le diera el apoyo que necesitaba. Le argumentaría que “todos los hombres son iguales” y que por tanto, era preferible aguantarle al padre de su hijo y no quedarse a expensas de tener otro hombre con el que le iría igual o quizá peor.

II. La humana reflexión


a) Ellas, mayoría violentada


A estas alturas de la historia humana, ya no se ignora el papel que realizan valerosas féminas en torno a la reivindicación de su género. Se cuentan por decenas y quizá hasta por centenares, las dirigentes e integrantes de organizaciones femeninas, profesionales y trabajadoras que, no sólo conocen la historia de la gesta reivindicativa del 8 de marzo de 1909,[iii] sino que aportan a su recuerdo con hechos concretos de tenaz lucha organizada. Sin embargo, en la Nicaragua finisecular y neoliberalizada, aún el “Día Internacional de la Mujer” no deja de ser, dentro del sistema, una celebración formal y mercantilizada; pues la brecha entre los sexos sigue siendo demasiado grande y cada vez más alarmante, por sus consecuencias. Quien, en última instancia sale ganando con la misma es el comercio, que con el poderío de su libertad irrestricta, se anticipa con suficiente tiempo a ofertar las formas “más atrayentes” de festejar a las mujeres minorías.
Esa superficialidad institucionalizada supera los esfuerzos reflexivos que en torno al género femenino y su problemática hacen algunas consecuentes organizaciones de la denominada sociedad civil. El Estado, a pesar de su propaganda, es más indiferente que nunca a la situación real de las mujeres mayorías. De ahí que, no falta la razón cuando en relación con este día especial del presente año 2000, el editorial de un órgano escrito haya dicho: “...¡Qué irónico ver como se desvanece una justa reivindicación que no necesita de un solo dólar para llevarse a cabo! ¡Qué triste ver una desigualdad tan profunda, ahondada por hombres que son hijos y padres de mujeres y por mujeres que son hijas y madres de hombres!”.[iv]Algo real en Nicaragua es que “Las mujeres somos más de la mitad de la población, pero también somos la mitad de la población que trabaja”.[v] Muy ligada a esta verdad está otra: estas mujeres son las principales víctimas de la violencia institucionalizada que caracteriza al país y que en una de sus manifestaciones se traduce en violencia intrafamiliar. Tipo de violencia que dentro del sistema que sustenta políticas e ideología neoliberales, no sólo proviene del mismo sino lo refuerza y mantiene, pues se convierte en causa y efecto a la vez. Para nadie es un secreto que, la novedad de este fundamentalista liberalismo de nuevo cuño y añejos vicios es precisamente, su retroceso hacia medidas gubernamentales que retrasan no sólo el desarrollo económico sino también el cultural.
Cuando arraiga el patriarcado como parte del injusto sistema, induce al entronizamiento de la cultura androcéntrica y machista. Pues, comprobado está, que el machismo “... es aliado de la explotación y de la dominación, ya que refuerza el sojuzgamiento y la esclavización de una parte de la humanidad, la de las mujeres, negadas desde esta cultura como protagonistas activas de la historia”.[vi]Es decir, entonces, que la violencia intrafamiliar no está desligada de las pésimas condiciones socio-económicas en que vive la población en general y del machismo y androcentrismo predominantes en la cultura. Ilustran la connotación social de este problema, muchos testimonios escritos. Baste decir que el editorial con que “Bolsa de Mujeres” finaliza el año 1998, plantea: “La violencia intrafamiliar, el incesto, el abuso sexual, estuvieron en la picota así como lo estuvo el debate sobre si en nuestro país existe verdadera justicia, justicia a medias o solamente para un sector de la población”.[vii]
También corrobórese lo aquí sostenido, con algunos datos tomados del último informe anual que el Centro Nicaragüense de Derechos Humanos –CENIDH–, presentó a finales de 1999.[viii] Aunque no se refleja todo lo que en realidad sucede, porque consigna únicamente los hechos que fueron informados; con los mismos se puede palpar que la violencia contra las mujeres ocurre tanto en el ámbito privado como en el público. Que tiene como escenario no sólo el seno de la familia, sino también los centros de trabajo, la calle y la comunidad, pues los autores son maridos o compañeros de vida, padres y padrastros, jefes y empleadores. Y, no faltan también como protagonistas culpables de esta violencia, las autoridades representadas en jueces, alcaldes y policías, para nombrar algunos de tantos. Por ejemplo, en las Comisarías de la Mujer consta que hasta septiembre de 1999 atendieron 4,432 casos de violencia intrafamiliar a nivel nacional. Que recepcionaron 1,052 delitos; 319 violaciones sexuales, 148 tentativas de violaciones frustradas, 181 casos de estupro, 180 raptos, 99 abusos deshonestos, 10 incestos, 51 casos de acoso sexual, 1 de seducción ilegítima y 16 de corrupción de menores. Por su parte, la Policía Nacional informó que hasta el mes de noviembre de ese mismo año, 21 mujeres en las edades de 18 a 45 años, estaban registradas como víctimas de lesiones, las que en su totalidad fueron 7,370; también hubo 34 homicidios y 436 casos de violación.De acuerdo con el mismo informe, los resultados de la auditoría social realizada por la Coordinadora Civil para la Emergencia y Reconstrucción, revelaron que la violencia intrafamiliar aumentó en las comunidades afectadas por el huracán Mitch[ix] y que ésta destruye la autoestima de las mujeres y repercute en su participación e integración al trabajo de reconstrucción de los municipios. Así lo confirman encuestas realizadas en los departamentos de Estelí y Chinandega; donde lo perciben de esta manera el 35% y el 29% de las personas encuestadas respectivamente. También opinan lo mismo la mayoría de los alcaldes entrevistados.“El número de mujeres víctimas de violación de sus derechos humanos, ha tenido un incremento significativo”,[x] reveló el estudio documental que el CENIDH realizó a través del Programa Derechos Humanos de la Mujer, sobre el comportamiento de las mujeres víctimas y denunciantes. Comparándolos con años anteriores los datos reflejan que: en 1992 fueron 2 las víctimas, mientras que en 1997 fueron 69 y en 1998 se elevaron a 92. En 1997 hubo 45 casos de violación al derecho a vivir libre de violencia y, en 1998, se violó 48 veces el derecho a la integridad física y 41 veces el derecho a la integridad psicológica. Categórico el informe asevera, en este sentido, que: “... esto indica que existe una cantidad considerable de mujeres maltratadas por su condición de género femenino que les ubica en una situación de riesgo permanente”. [xi]
En el mismo año recién pasado, el propio CENIDH recepcionó y tramitó un total de 33 denuncias sobre violaciones de derechos humanos de la mujer. En 19 casos constató violación al derecho a vivir libre de violencia. Así, más del 50% casos fueron con carácter de violencia de género. “Una violencia que se ejerce desde el poder patriarcal contra la mujer, sólo por el hecho de serlo”.[xii]Debido precisamente, a que las mujeres son un sector fundamental a través del cual la sociedad no sólo manifiesta sus contradicciones sino las produce y reproduce, éstas no solo son víctimas de la violencia sufriéndola directamente, sino prolongan la victimización de otras mujeres al aceptar los hechos, por una serie de motivos que van desde los culturales hasta los de la necesidad de sobrevivir.
De ahí que, ante los avatares del sistema económico, político y social, que afecta con mas rigurosidad a las mujeres, lo mínimo que podemos hacer las que contamos con el privilegio de poder expresarnos, es aprovechar espacios como el presente, para aportar en alguna medida, al entendimiento de alguno de los muchos contenidos de esta problemática social tan importante y todavía muy descuidada y dejada al margen.En este momento destino mi atención a la violencia intrafamiliar, cotidiana y traumática confrontación de las mujeres de todos los niveles y estratos sociales. Pero, eso no significa que no haya mucho más de que hablar en términos de la violenta desigualdad de géneros que caracteriza a nuestra sociedad. Problemas que indefectiblemente, hacen que la democracia y el Estado de Derecho no estén despojados de una retórica político-ideológica, que no encuentra asideros concretos en el cotidiano devenir del pueblo.
b) La complejidad conceptual y comunicativa
Las expresiones de la educadora salvadoreña Begoña Amaya, que a manera de epígrafe, anteceden este escrito, ilustran lo duro que es en nuestras sociedades, no sólo vivir, sino pensar desde lo femenino. Las mismas mujeres, aún en su mayoría, indistintamente del nivel académico o educativo que posean, reproducen las concepciones que van en contra de su propia reivindicación como féminas. Es que, la perspectiva de género complejiza el proceso del conocimiento, ya que el análisis y la reflexión sobre lo que en la realidad acontece dan en no pocas ocasiones, resultados diferentes de lo esperado. La causa radica precisamente en la enajenación que hay entre “lo que nos cuentan de la realidad y lo que es real”.[xiii] O, como se diría en el lenguaje popular, mucho de lo que se informa, comunica y asevera respecto a la realidad social, reafirma que “entre el dicho y el hecho hay mucho trecho”. Pues, por el carácter androcéntrico del lenguaje, no sólo se hace uso de lo masculino donde se debería utilizar el femenino, sino que lo primero vale mucho más que lo segundo. Por eso, es importantísimo desarrollar la capacidad de análisis de los hechos y su comunicación. Educarse y educar en la habilidad de ver más allá de las apariencias. Ir a la esencia y no quedarse sólo en el fenómeno, para descubrir con creatividad las causas y encontrar las soluciones. Únicamente en esa medida será posible concebir el entorno y sus fenómenos con más fidelidad hacia lo que en la realidad concreta acontece. Y por ende, también será más factible el alcance y usufructo de la libertad. Tomando en cuenta que sólo cuando se actúa con conocimiento de causa se es libre. Es decir, se sabe cómo, con qué y porqué actuar en una u otra dirección.Esta falta de discernimiento es una de las limitaciones de que adolece la concepción que las mujeres tienen de su género y por eso aún se circunscriben, con honrosas excepciones, a repetir y reproducir lo que el sistema a través de la tradición inculca en beneficio del statu quo. De ahí que, en sociedades como las nuestras, es insoslayable la necesidad de que el género femenino eche mano de todo el tipo de herramientas conceptuales que se han ido aportando al conocimiento y análisis de nuestro ser mujeres. Pues el entendimiento de la realidad no es integral si saca de su reflexión a la mitad de la población –las mujeres– tal como lo permite con facilidad el lenguaje acostumbrado.En un mundo en donde son la mayoría, las mujeres se invisibilizan, debido a la falta de destreza para analizar su entorno.
Para ilustrar aún más la fuerza de esta paradoja en que cotidianamente las propias féminas contribuyen a hacerse invisibles, retomo a la misma Begoña Amaya. Ella, con una veracidad incuestionable reflexiona sobre lo común que es oír de mujeres con estudios universitarios, aseveraciones como las siguientes: “Las sociedades son diferentes pero iguales, porque el ser humano es el mismo en todos lados, cada padre de familia quiere lo mejor para su hijo. Sea neoyorquino o africano, el padre trata de tener una vida mejor para su familia”.[xiv] Luego, nos invita a irnos a la calle a “mirar con los ojos”,[xv] para que se sometan estas expresiones al análisis comparándolas con la realidad. Al confrontar texto y contexto, inmediatamente, con muy exclusivos casos diferentes, lo real nos muestra la ausencia de los padres. Por ejemplo, entre muchos otros hechos, lo común es que: son las mujeres las que cuidan a sus hijos e hijas. Por cultura inobjetable, la sociedad acepta la “regazón” de hijos por parte de los hombres. De ahí que la institución hijos legítimos e ilegítimos tiene carácter masculino, dado que para las mujeres todos sus hijos e hijas son legítimos.Después de todo lo expuesto, recurro a otra mujer, para repetir con ella la descripción de los niveles en que aún está la capacidad consciente de las féminas. Establece que esto es posible gracias a la cultura androcéntrica que propugna y permite la sobrevivencia de la desigualdad de género, muy ligada a la desigualdad de clases. Pero, además llama al cambio de actitud, para encontrar alternativas de solución. Dice, Claudia Korol: “La conciencia femenina es una conciencia difusa, no suficientemente asumida, que choca incluso con el lugar que nos adjudica el sentido común internalizado en nuestras propias percepciones del mundo, de que no podremos ser nosotras mismas, si no asumimos una lucha de carácter integral contra la dominación capitalista. Y que por ser integral tiene una dimensión específicamente cultural. Esto implica la modificación de nuestras formas de entender el mundo, de relacionarnos entre nosotras y nosotros, de ejercer valores negados por el neoliberalismo, como son la solidaridad, la cooperación, el humanismo, el sacrificio, la entrega”[xvi]
c) El círculo vicioso
Alrededor de la violencia como de las mujeres, se han creado una serie de mitos muy convenientes a la violenta actitud de los agresores. En el primer caso, favorecen al sistema que la incuba y la preserva en beneficio de las elites enriquecidas, y en el segundo, de los hombres que independientemente del status y el nivel cultural abusan del poder patriarcal agrediendo féminas. Es que, unido a la influencia de la cultura está el lastre del sistema, que por su intolerancia con las personas debilitadas y fracasadas, obliga al silencio y al disimulo femeninos. Pues como dice Eduardo Galeano: “El código moral de este fin de siglo no condena la injusticia, sino el fracaso... El pecado está en la derrota, no en la injusticia”.[xvii]
De ahí que, agrega el uruguayo: “Con la violencia ocurre lo mismo que con la pobreza. Al sur del planeta, donde habitan los perdedores, la violencia rara vez aparece como un resultado de la injusticia. La violencia casi siempre se exhibe como el fruto de la mala conducta de los seres de tercera clase que habitan el llamado Tercer Mundo, condenados a la violencia porque ella está en su naturaleza: la violencia corresponde, como la pobreza, al orden natural, al orden biológico o quizás zoológico de un submundo que así es porque así ha sido y así seguirá siendo”.[xviii]Y, sobre la base de estos convenientes mitos, se termina aceptando que el hombre debe ser violento y por el contrario la mujer debe ser dulce y delicada. Por consiguiente, quien posee la delicadeza debe ser quien tolere las agresiones del bruto al que por un destino manifiesto le adjudicaron, en ultima instancia, el derecho a agredir.Parte de la identidad femenina debe ser la discreción, el pudor, el estoicismo de guardar en silencio los secretos familiares. Que el hombre alardee de indiscreto, petulante y agresivo se comprende como parte de su naturaleza. Pero la mujer es “educada” en función de ser “para” y no “con” los otros y otras[xix]. Es decir, su identidad de fémina no está orientada hacia la reciprocidad, la consideración mutua, el dar y recibir en igualdad de condiciones y menos en respeto a “sus” diferencias como persona. Por el contrario, se la ha “formado”, para que tenga presente que ella “es” y “será” a medida en que se dé y en que se satisfaga y goce con darse. Por eso en su “... identidad femenina no solamente hay culpa, también hay goce y el goce está en ser para los otros”.[xx]
Por todos estos mitos transmitidos culturalmente, las mujeres sienten aún más culpa de serlo, si no guardan “el prestigio” y el “honor” de la familia, reservándose para ellas cualquier agresión que ponga en entredicho al esposo, compañero o padre. Porque al hacerlo, contará con el reconocimiento de la sociedad.De ahí que la mujer por ese sentido de ser siempre “para” los demás y nunca “para sí misma” o “con” los otros, poco a poco, en un proceso para el que se la ha preparado culturalmente, va aceptando las fases que constituyen el ciclo de la violencia intrafamiliar. Fases que por causa de su “discreción” se van agudizando, hasta que se convierten en el círculo vicioso de consecuencias muy devastadoras, para su autoestima. Este círculo se inicia, con la “fase de acumulación de tensiones” con pequeños incidentes y discusiones que van acumulando la tensión entre cónyuges o compañeros. Luego, se pasa a la “fase aguda”, en la que por el motivo más aparentemente trivial, se desencadena el estallido traducido en el empujón o el golpe. Y termina en la fase de “calma o luna de miel” en la que el agresor se arrepiente, desea ser perdonado y se torna afectuoso. La víctima cree en su sinceridad y el ciclo comienza otra vez.[xxi] Porque no ha habido un enfrentamiento real del problema. No se ha establecido la comunicación sincera que permita la búsqueda de ayuda, que es insoslayable en estos casos. Dada precisamente la consuetudinaria “ley” en que se ha convertido aceptar la naturaleza agresora del varón y la natural capacidad de tolerancia y silencio de la mujer.
Según Leonora Walker “Nadie quiere ni merece ser agredido. Pero aún contra su deseo, muchas personas quedan atrapadas en un torbellino que gira, gira y amenaza hundirlas cada vez más”.[xxii] En los hogares marido y mujer, a puertas cerradas se agreden y se “aman”. Irónica y real la antagónica dicotomía amor – agresión, especialmente del hombre para la mujer, es un hecho, concreto y cruelmente palpable, persistente y difícil de erradicar. Es el producto de un sistema patriarcal que pervive como la fruta podrida que se resiste a caer definitivamente del árbol de la vida, para abonar un futuro de paz entre los seres humanos.Aunque no cuentan con datos exactos debido a que las agredidas ocultan su situación, las y los expertos calculan que aproximadamente, de cada diez mujeres sólo una denuncia al agresor. Nicaragua no es la excepción. Por el contrario, es testimonio muy ilustrativo. Es éste entonces, un tema universal que afecta a las mujeres del mundo. Lo que varía son los matices de violencia. Hay algunos países que están más avanzados que otros en cuanto a las políticas estatales destinadas a la solución del tema. Pero ninguno está exento de ser parte aún del drama. Para la científica Caridad Navarrete por ejemplo, en Cuba, la mujer “... como ciudadana, con sus derechos, no tiene tan deteriorada su autoestima como, desgraciadamente, ocurre en otros lugares. La cubana se defiende mejor"[xxiii]Lo que no significa, por supuesto, que no exista en la isla, la violencia intrafamiliar.Estructural / cultural el problema es, para decirlo con términos actuales, global. Sin embargo, en los países subdesarrollados, la pobreza acentúa con más severidad las desigualdades que se dan contra las mujeres en el resto de sociedades. Los prejuicios les niegan la igualdad de oportunidades de acceso al empleo, la propiedad de activos, la toma de decisiones, la educación, el espacio político, etc. Una característica precisamente específica de los países subdesarrollados es la posesión, entre las y los analfabetos adultos, de un 60% más de mujeres que de hombres. Aunque la ausencia escolar femenina, incluso al nivel de la escuela primaria, es inferior en un 13% a la masculina.Nadie, que quiera ver la realidad, pone en duda que: “La pobreza acentúa las diferencias de género, y cuando golpea la adversidad, las mujeres suelen quedar más vulnerables”.[xxiv]
No debe perderse de vista que la pobreza no es sólo la carencia de bienes materiales. También conlleva a la cultura de la pobreza; que sin absolutizarla como destino manifiesto y causa última de los problemas, sí tiene incidencias en las formas de pensar y sentir de los seres humanos.III. A manera de epílogo: hagamos causa comúnCon los matices propios de su singular caso, no hay diferencia alguna entre mi exalumna del relato y el resto de mujeres, jóvenes y no jóvenes, que caen en el círculo vicioso del matrimonio violento. Círculo del que se les hace más difícil salir, gracias a la “discreción” exigida por un sistema patriarcal, cuya cultura machista vuelve privado un problema público. En provecho, naturalmente, de los agresores y en detrimento de la autoestima de las mujeres; las que con ésta deteriorada, dificultan aún más la búsqueda de alternativas a su situación de desigualdad y exclusión. Porque, del ciclo de la violencia es posible salir.
Pero, sólo si se busca ayuda y orientación profesional. Si se asume como algo que arremete la dignidad humana, si no se guarda como algo vergonzoso de lo que no debe hablarse“Ninguna disciplina tiene la llave de los truenos. Ninguna tiene todos los métodos. Nadie. Por eso científicos, especialistas y ciudadanos simples tienen que hacer causa común en el tema de la violencia intrafamiliar. La mujer maltratada sola no puede resolver su problema, ella necesita que la ayuden”, opina Caridad Navarrete, jurista, criminóloga e investigadora cubana.[xxv] Eh ahí el compromiso moral que debemos adquirir, hombres y mujeres. Todas y todos los que contamos con el privilegio de poder analizar la realidad y percibirla como es. Las y los que desde la academia tenemos la voluntad de “ver con los ojos”, como dice la educadora salvadoreña Begoña Amaya. En el entendido de que Lucía Pedrosa tiene razón cuando asevera que: “Ninguna travesía se dará sin cambios en la vida cotidiana. Son compromisos permanentes, alianzas de mujer a mujer, mujer a hombre, hombre a hombre”.[xxvi] Aunque, como seres humanos sintamos muchas veces la confusión y quizá hasta el cansancio, por escuchar en nuestra voz otras voces adoloridas. ¡Hablemos demandando! Ayudemos a romper el círculo vicioso, educando, repitiendo, diciendo, analizando, junto con alumnos y alumnas, hijos e hijas, colegas de nuestros colectivos laborales, amigos y amigas. En fin, junto con todo aquel conglomerado humano que esté a nuestro alcance dentro de las oportunidades que nos brinda el ejercicio profesional y ciudadano. No olvidemos esa sangre de viejas súplicas silenciosas que mancha las pequeñas conquistas de la paz alcanzadas. Que si lo hacemos, somos cómplices tan crueles como el que arremete contra las féminas. Y, aunque huracanes neoliberales aún tumben nuestras voces, ¡recojámoslas! Resistamos con la solidaridad que humaniza y preserva digna y valientemente. Sin olvidar que: “... no hay solidaridad consciente sin una información veraz”.[xxvii]
Notas:
[i] Amaya, Begoña (1999): PERSPECTIVA DE GÉNERO Y EDUCACIÓN POPULAR. En Latinoamericana´99 “Esta Patria Grande en Éxodo”, Managua, Nicaragua: Dominicos, p. 99.
[ii] “niñá”: Expresión propia de la cultura lingüística de Nicaragua.
[iii] Los orígenes de esta celebración son gloriosos y combativos. La causa que le dio vida fue de lucha y dignidad femenina. La revolucionaria y feminista alemana Clara Zetkin, hace más de 90 años, promovió la celebración del 8 de marzo como el “Día Internacional de la Mujer”; en agosto de 1910, cuando se realizaba en la ciudad de Copenhague, la Primera Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas. Lo propuso como homenaje póstumo y en rememoración permanente, a las 129 obreras que fueron sacrificadas en 1909, en el incendio de una fábrica textil de New York, donde las encerró el patrón, para que no se comunicaran con las dirigentes sindicales, quienes junto a gran número de mujeres, se declararon en huelga y protestaban organizadamente con un gran levantamiento, por los abusos patronales.
[iv] Semanario 7 Días, Managua, Nicaragua, edición 238, p. 6.
[v] Slogan escuchado en "Radio Mujer", con el título de “Noticia económica de género”, miércoles 1.9.99, Managua, Nicaragua.
[vi] Korol, Claudia (1998): FEMINISMO, EDUCACIÓN POPULAR Y REVOLUCIÓN. En: Latinoamericana´98 “Una patria en ¨otra¨ paz”, Managua, Nicaragua: Editorial Lascasiana, p. 137.
[vii] Suárez, Xantis (1998): ADIOS A 1998, Editorial de Bolsa de Mujeres, Managua, Nicaragua, diciembre 1998
[viii] Ver: Informe Anual, DERECHOS HUMANOS, NICARAGUA 1999, CENIDH –Centro Nicaragüense de Derechos Humanos-, Managua, Nicaragua, “Derechos Humanos de las Mujeres”, pp. 92 – 96.
[ix] Huracán que desbastó gran parte del territorio nacional en NIcaragua, en diciembre de 1998.
[x] Informe Anual, DERECHOS HUMANOS, Ob. Cit., pp. 92 - 93.
[xi] Ibíd.
[xii] Ibíd.
[xiii] Amaya, Begoña (1999), Ob. Cit.
[xiv] Ibíd.
[xv] Ibíd.
[xvi]Korol, Claudia, Ob. Cit., p. 136.
[xvii] Galeano, Eduardo (1997): ANAISIS DE COYUNTURA DE LOS MEDIOS DE (IN)COMUNICACIÓN. En: Latinoamericana´97 “Una patria de patrias hermanas”, Managua, Nicaragua: Editorial Lascasiana, p. 28.
[xviii] Ibíd., p. 29.
[xix] Ver: Lagarde, Marcela (1992): IDENTIDAD Y SUBJETIVIDAD FEMENINA, Programa Interdisciplinario de Género, Managua, Nicaragua: UCA, Lectura 3, p. 15.
[xx] Ibíd.
[xxi] Ver: Rodríguez, Herminia (2000): VIOLENCIA INTRAFAMILIAR. SSSH... DE ESO NO SE HABLA, Condenada en público, la fruta podrida del sistema patriarcal sobrevive puertas adentro. ¿Cuál es su situación en Cuba? En: Bohemia, La Habana, Cuba, 21 de abril del 2000, Año 92, No. 9, p. 28.
[xxii] Rodríguez, Herminia, Ob. Cit., p. 28.
[xxiii] Ver: Ibíd., p. 31.
[xxiv] Informe del PNUD, 1997.
[xxv] Ver: Rodríguez, Herminia, Ob. Cit. p. 31. Caridad Navarrete, es Investigadora de la Unidad Científica del Ministerio de Justicia, profesora de la Universidad de La Habana y profesora invitada del Instituto de criminología de Granada, España. Se le considera toda una autoridad en el tema de la violencia en general y de la violencia intrafamiliar en particular.
[xxvi] Pedrosa de Pádua, Lucía (1999): “La Mujer Latinoamericana en Éxodo”. En: Latinoamericana´99, “Esta Patria Grande en Éxodo”, p. 78.
[xxvii] Ferrari, Sergio (1997): ANÁLISIS DE COYUNTURA DE LA SOLIDARIDAD iNTERNACIONAL, En: Latinoamericana´97 “Una patria de patrias hermanas”, Managua, Nicaragua: Editorial Lascasiana, p. 2.

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